Hay dolores que aparecen a raíz de una intervención quirúrgica que son tan habituales que hasta tienen un nombre. La condena a sufrir un mal crónico que experimenta el paciente es considerado por los médicos como el precio que hay que pagar por mantenerlo con vida. Este puede ser el caso de enfermedades graves como una cirugía del corazón o la extirpación de un cáncer.
El enfermo grave no puede ni hacerse una idea de la depresión y el abatimiento que pueden provocar la presencia constante de sufrimiento duradero que muchas veces le espera tras salir del quirófano.
Antes de una operación se nos suele informar acerca de ciertos riesgos, como coágulos de sangre o reacciones adversas de la anestesia. Sin embargo, rara vez se menciona la posibilidad de desarrollar un dolor crónico que ni siquiera cuenta con la relativa benevolencia social que se genera cuando tenemos un tumor maligno.
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