En relación a la decisión ¿Promover que las instituciones públicas europeas sean más democráticas? esta es una opinión de José Luis González Quirós

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Esta es mi opinión de experto

La democracia es un sistema en el que, una vez que se ha alcanzado un cierto nivel de exigencias, no tiene mucho sentido preguntar si se puede ser más democrático: en realidad, la democracia no es algo de más o de menos, sino de ser o no ser, y las instituciones europeas son democráticas.

Hay muchas cosas que no son las instituciones europeas siendo perfectamente democráticas, pues todas, sin excepción, son instituciones que, o son elegidas directamente por los ciudadanos, como el Parlamento europeo, o son formadas a través de procedimientos indirectos partiendo de instituciones que son elegidas democráticamente, como los gobiernos o los parlamentos nacionales. Por supuesto puede argumentarse que las instituciones europeas están muy alejadas de los ciudadanos o que no son suficientemente representativas, o que resultan caras, laberínticas o ineficaces, pero no se puede suponer que cualquier institución democrática sea inmediatamente, barata, simple, representativa o eficiente.
 
A mi modo de ver, el problema de las instituciones europeas no está en su carácter poco democrático, aunque pueda existir un cierto déficit en algunas de ellas, o en el funcionamiento de algunas de ellas, sino en el hecho de que representan a Europa y Europa no es, hoy por hoy, una unidad política suficientemente sólida: ni tiene un ejecutivo propio con jurisdicción sobre todo el territorio, ni tiene un poder legislativo suficiente, ni tiene un poder judicial autónomo, es decir que no es ni un Estado ni una nación, sino una Unión de Estados y/o de Naciones a la búsqueda de una dinámica de concurrencia y de fusión que ni está perfectamente establecida, sino que se va gestionando paso a paso de manera muy circunstancial, ni está claro que tenga garantías de viabilidad en el largo plazo (¿quién las tiene?.., vista la historia con largueza) y todo ello porque no forma una unidad política perfectamente definida, no hay un pueblo europeo, no hay una opinión pública europea, etc. etc.
 
Tenemos lo que podemos tener y hemos de procurar irlo perfeccionando poco a poco, muy conscientes de que la realidad previa a Europa, naciones soberanas, que han estado frecuentemente en guerra en los últimos siglos, es suficientemente fuerte y ningún espíritu arbitrista e iluso podría acabar con ella en un plazo corto. La sabiduría política podría llevarnos a conseguir que esa diversidad sea positiva o, por el contrario, a que se convierta en un obstáculo insalvable, pero ninguna utopía bienpensante puede terminar con esa diversidad y esa distinción por mera buena voluntad. Europa es un proyecto necesariamente gradualista y su balance, hasta ahora, ha sido claramente positivo, aunque solo sea porque ha traído a esta zona del mundo un período de paz inédito en la historia reciente de nuestras naciones.
 
Seguramente sería ideal fomentar el incremento del espíritu europeísta frente a los egoísmos nacionales, pero eso es más fácil de decir que de poner en la práctica. Se trata de una tarea más de siglos que de décadas y la clave no está tanto en las instituciones europeas, que han de estar en permanente reforma, como en la cultura política de los ciudadanos, en que aprendamos otras lenguas, en que nos habituemos a viajar y a trabajar en otros países del área, en que tendamos redes europeas, de ferrocarriles, de universidades, de empresas, etc. instrumentos que vayan facilitando la comprensión, el afecto, y la colaboración desde abajo sin esperar que las instituciones representativas lo resuelvan todo. Las instituciones europeas corren, además, un serio riesgo al no estar sometidas a un control tan directo como lo están las respectivas instituciones de los estados nacionales, al no existir una opinión pública que las someta a un escrutinio sistemático, al estar colocadas, en cierto modo, más allá de la voluntad popular.
 
En este sentido sí que cabe desear una mayor cercanía de las distintas instituciones a los ciudadanos y la creación de instrumentos que permitan un control más directo de sus actos, una información mucho más amplia de sus debates y decisiones, y, en definitiva, todo lo que contribuya a evitar que "Europa" se convierta, como ha sucedido a menudo, en una excusa para imponer políticas cuyos costes políticos no quieren asumir los Gobiernos.

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