En relación a la decisión ¿Respetar todas las creencias? esta es una opinión de José Luis González Quirós

Imagen de José Luis González Quirós

Esta es mi opinión de experto

Al decir que hay que respetar todas las creencias afirmo dos cosas: la primera es que hay que respetar a todos los creyentes porque todos los somos, de una u otra forma; la segunda que, aunque lo que es respetable, en realidad, son las personas, es difícil respetarlas sin respetar lo que creen.

Naturalmente yo también creo que hay creencias sencillamente falsas o, incluso, ridículas y, en este sentido, puede pensarse que no merecen respeto. Pero hay una peligrosa pendiente resbaladiza que conduce a dejar de respetar a las personas a partir de reconocer, supuestamente, que se las respeta a ellas, pero que no hay razones para respetar sus creencias. ¿Dónde se pone el límite? Para empezar, cualquier persona que crea en algo tendrá sus razones para creerlo, y, por mucho que esas razones nos puedan parecer absurdas o demenciales, siempre tendrán algún fundamento en la conciencia de quien realmente las sustente, si es que seriamente cree en ellas.
 
Podemos intentar que la gente cambie de creencias cuando pensemos que sus creencias son falsas o peligrosas, que le producirán dolor, miedo o malestar, pero no podemos nunca decidir por los demás, no podemos robarles su libertad de pensar, y de esperar o creer, por mal fundada que nos parezca. Detrás de todas las razones siempre puede esconderse un tirano, de hecho se les da bastante bien la persuasión y la presión psicológica, de manera que como no siempre es fácil distinguir lo que es racional de lo que no lo es, debiéramos tender a apostar más por el respeto a los demás, a las personas de carne y hueso con sus errores y debilidades, que por la racionalidad abstracta e imponente.
 
Esto no significa que no podamos o no debamos fomentar la duda, el análisis racional, pero lo que no cabe es suponer que cuando alguien permanece creyendo algo pese a las presiones contrarias a que lo haga ese alguien se está comportando de manera poco racional. Frecuentemente se estará comportando, por el contrario de manera valiente, porque no hay nada más fácil que ceder a las presiones para compartir las creencias más extendidas, para someterse al dictado de la opinión común, de lo políticamente correcto, de la moda, más o menos pasajera del pensamiento dominante. La historia intelectual está llena de casos en los que la mayoría bien pensante quiere imponer sus convicciones y creencias de manera absoluta, y hay que ser muy valiente para oponerse a ese tipo de presiones tan sutiles como brutales, según sea el caso.
 
Recuerdo el caso, por ejemplo, del juicio de Hannah Arendt sobre el proceso a Eichmann en Jerusalén, en el que la filósofa mantuvo una opinión que, aunque no se comparta, como es mi caso, tuvo la virtud de irritar casi unánimemente a la comunidad sionista, a muchos judíos e israelíes, y a muchos intelectuales, porque se negó a ver en el encausado y condenado el tipo de hombre que se suponía debiera ser para que su secuestro, juicio y condena no pudiese tener tacha alguna. Ya sé que no abundan las personas tan inteligentes como la filósofa alemana-americana, pero lo importante es que no podemos dar por hecho que la verdad pueda ser impuesta, que la razón, la nuestra, nos conduzca siempre a posiciones absolutamente evidentes para todo el mundo, que los que no compartan nuestros puntos de vista, nuestras opciones o nuestros valores, sean seres inferiores que merecen nuestro auxilio, que tengamos derecho a vivir y decidir por ellos. Popper ha recordado frecuentemente el texto de Jenófanes que, en traducción de García Bacca, dice "todas las cosas, ya por el contrario, con Opinión están prendidas", esto es que no podemos pretender estar en posesión de un punto de vista privilegiadamente ausente de prejuicios, con derecho a imponerse a cualquiera.
 
No basta, pues, con respetar a las personas, hay que tratar de entender lo que dicen, lo que creen, representárnoslo a la luz más favorable para evitar ir por la vida exorcizando demonios de ignorancia y de maldad. Me encanta una frase del gran Maxwell cuando, piadoso como era, decía no tener ninguna nariz para las herejías. Creo que el principio de tolerancia es muy aplicable a las creencias y especialísimamente a las ajenas, que son las que suelen causarnos problemas, cuando creemos llevarnos bien con las propias.

Comentarios
Imagen de Juan Malpartida
Martes, 09 de Julio de 2013 a las 9:46

Creo que el principio de tolerancia, como afirma González Quirós, es aplicable a las crencias (ajenas, obviamente), o no. Si la creencia no conlleva influencia social, instituicional, didáctica, política, etc. la tolerancia es una suerte amable (y lo digo sin ironía) de indiferencia. La creencia que quiere tener algún rango de verdad (actuación más allá de mi propia persona) es lógico que se respete en cuanto a su posibilidad de ser discutida, puesta en cuestión, dialogada. Pero no creo que tenga que, necesariamente, ser respetada en cuanto a su integridad lógica y moral, digamos, por el hecho de que forma parte de las creencias (resueltas en actos) de alguien. Toda verdad (y no hablo de absolutos) es un diálogo, y las creencias, en su sentido antiempírico, suelen ser el origen del monólogo: una verdad que comienza por no tener en cuenta al otro. El otro respetable y que se respeta a sí mismo, creo que es el que supone su creencia (o ideas, etc) como materia porosa: digna de ser discutida por un otro, al que respeto precisamente porque a su vez... Etcétera. (Este foro creo que expresa bien esta idea de "respeto al otro" que defiendo.)

Imagen de José Luis González Quirós
Jueves, 18 de Julio de 2013 a las 14:03

Está claro que si se caracteriza las creencias como presuntas falsedades, y, además, se asume que esas falsedades han de tener consecuencias negativas, se ha de concluir que hay que actuar contra las creencias, esto es, discutirlas, e incluso, en casos típicos, atacar a las personas que las promueven. El problema es que son muy pocos los casos en que estamos en condiciones de probar, más allá de cualquier duda, que una creencia sea errónea o inconveniente, de manera que el principio de tolerancia no es solamente una amabilidad moral sino una precaución intelectual para evitar caer en formas de dogmatismo e intolerancia. Pero, en fin, se trata de una discusión sin salida, y lo esencial creo que está dicho.

Imagen de Leticia Soberón
Viernes, 19 de Julio de 2013 a las 10:08

Me gustaría añadir a este hilo de conversación un elemento que no ha salido: la coherencia vital con las propias convicciones. Me doy cuenta de que, trátese de ideas políticas, teorías científicas o creencias de cualquier tipo, lo que convence de una persona es que sea coherente con lo que dice. No estoy hablando de ideologías asesinas; en la mayoría de los casos, las personas nos abonamos a paradigmas de valores muy altos, nobles, generosos... y luego somos muy inconsecuentes con ellos.

El respeto a las opiniones de otras personas se verá muy reforzado si vemos los frutos a su alrededor: si su modo de ver el mundo se verifica en desarrollo de las personas, libertad, respeto... No hay cosa más convincente que la coherencia de vida.

Las meras ideas o palabras, tengan el fundamento que tengan, se quedan cortas si la vida cotidiana va por otro lado.

Lunes, 22 de Julio de 2013 a las 11:32

Totalmente de acuerdo con que la coherencia es un gran valor porque muestra la autenticidad de las personas, aunque estemos radicalmente en contra de sus ideas.

Imagen de José Luis González Quirós
Martes, 23 de Julio de 2013 a las 9:54

Es cierto lo que decís sobre la coherencia, y, además, eso permite con facilidad descubrir el salto que se da, y el engaño que hay, entre conductas violentas y creencias que sean incompatibles con ellas. Por ejemplo, un cristiano que fuese violentamente partidario de imponer sus creencias constituiría un tipo contradictorio e incoherente, creo yo.

Imagen de José Lázaro
Miércoles, 24 de Julio de 2013 a las 0:29

A mí me falta una pieza en este interesante diálogo: ¿Qué entendemos exactamente por "respetar"? La definición del DRAE es, como tantas otras veces, lamentable: "1. Tener respeto, veneración, acatamiento. 2. tr. Tener miramiento (‖ respeto, atención)." Y respeto lo define como "1. m. Veneración, acatamiento que se hace a alguien. 2. m. Miramiento, consideración, deferencia."
Si entendemos por "respetar" no agredir ni insultar a los que sostienen creencias que nos parecen detestables (definición que me invento, pero que no cabe en el DRAE), de acuerdo en respetarlos. Si entendemos, como hace la RAE, "tener respeto, veneración, acatamiento ... Miramiento, consideración, deferencia", me reafirmo en mi opinión ya expresada: las creencias pueden ser respetables o despreciables, admirables o criminales, inteligentes o estúpidas. Y, como muy bien señala Leticia, coherentes o incoherentes con la propia vida, la propia conducta, los propios valores.
Pero, desde luego, querido amigo José Luis, yo no pienso que las creencias sean presuntas falsedades, sino afirmaciones de las que es imposible saber si son ciertas o falsas. Pero, claro, tampoco pienso que "cualquier persona que crea en algo tendrá sus razones para creerlo", pues en cuanto tenga razones para apoyarlas ya no serás creencias, sino ideas. Cuestión, como siempre, de elegir definiciones.

Imagen de José Luis González Quirós
Martes, 30 de Julio de 2013 a las 12:25

Cierto es que se puede caracterizar a las creencias como esencialmente inaccesibles a cualquier principio de verificación, pero eso no obsta para que cualquiera que considere rechazable una creencia lo haga porque la considera falsa, aunque no pueda mostrarlo ni demostrarlo, o perjudicial, no porque la considere inverificable. La distinción entre ideas y creencias es modal, no absoluta. La mayor parte de los cristianos, por poner un ejemplo inmediato, piensa, o cree, tener razones para serlo, y eso no convierte al cristianismo, que es una creencia religiosa, en una idea, sin que niegue que pueda hablarse de el cristianismo como idea o de las ideas cristianas, pero esencialmente, el cristianismo es una fe, una creencia. Creencias e ideas son distinguibles, pero no tienen que ser contradictorias en un mismo sujeto y sobre un mismo objeto.

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