En relación a la decisión ¿Leer a Jorge Luis Borges? esta es una opinión de Juan Malpartida

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Esta es mi opinión de experto

Jorge Luis Borges ha sido uno de los grandes cuentistas y poetas de lengua española del siglo XX. No menos importante por su reflexiones, que se confudieron a veces con sus textos creativos. Fue un poeta metafísico, cuya precisión, ironía e imaginación es necesario desentrañar.

A Jorge Luis Borges (1899-1986) le obsesionaron la metafísica y la teología: preocupación por los inicios y los fines, como parte de lo imaginario, es decir, como una rama de la literatura. Sus ideas sobre los mundos posibles, sobre lógica, repeticiones o linealidades del tiempo, y otras especulaciones son, sobre todo, el producto de una mente escéptica y refinada que tuvo como eje el placer de lo poético. Borges no creyó del todo, como Platón, en la perfección del mundo de las Ideas, del cual la actividad humana es una sombra. En realidad, como señaló en su día en un espléndido ensayo Juan Nuño, “Jorge Luis Borges es un platonista en la caverna”, es decir, impelido a maquinar y sufrir el drama de los espejos, de la ambigüedad, del doble (que es infinito), de la insuficiencia de la sensación, de los laberintos del tiempo.
 
Nunca pensó que él pudiera salir del solipsismo del tiempo y de la identidad, porque no los pensó como producto de su experiencia o de su condición personal, sino de la especie. En 1986, en Ginebra, Marguerite Yourcenar (una escritora para la que el budismo también existió) se encontró con Borges, que moriría unas semanas después, y le preguntó: “¿Cuándo saldrá usted del laberinto?” A lo que respondió el autor de “Las ruinas circulares”: “Cuando lo hagan todos los otros”. Es la respuesta de un bodhisatva, o al menos es la respuesta de alguien coherente con lo que había pensado y expresado en cuentos y poemas: la caída en el tiempo no es individual sino colectiva, o dicho con un término menos sociológico, una caída que compete a la especie. Por razones biográficas sin duda oscuras, Borges no parece tocar nunca el cuerpo (salvo como herida), ceder la soberanía a la sensación.
 
En realidad, los cuentos y poemas de Borges pueden desembocar en el famoso aleph: un punto axial donde todos los tiempos se reúnen y los espacios convergen: anulación de la dimensión única de la experiencia. Todo es espejo, sombra o reflejo para este escritor que tuvo en poco la psicología (ni Dostoievski ni Tolstoi; tampoco Stendhal o Proust) y cuya exaltación de la pasión casi se reduce a la del valor del malevo, del cuchillero o del militar: seres todos que se afirman en un momento de destrucción. Es cierto que en algún momento de su obra se vislumbra algún tipo de pasión por una mujer, digamos por Beatriz Viterbo en el cuento “El aleph”, aunque lo más importante de ese extraño, y un poco desarticulado texto, creo que es el fragmento, verdadero poema en prosa, en el que al ver el aleph en casa de Argentino Danieri ve –en un sentido visionario- en su punto vertiginoso, este “inconcebible universo”.
 
El individuo que pulula por sus cuentos y poemas o bien es un malhechor que habita los arrabales de Buenos Aires o es algún personaje de perfil intelectual o imaginativo (un poeta, un arquitecto, un soñador). La ciudad nunca o casi nunca es el Buenos Aires cosmopolita y moderno (donde él vivía) sino los barrios periféricos y oscuros, sórdidos que, en realidad, conoció poco. Tampoco se sintió atraído por el mundo natural, tan presente en Neruda, Pellicer, Enrique Molina y Paz, lo que no deja de ser curioso en un escritor que se sintió muy pronto atraído por el budismo. Muy pronto y durante toda su vida, porque además de que la crítica radical del budismo respecto a la impermanencia y la naturaleza ilusoria del yo fue un tema recurrente en él, escribió un bello libro de divulgación sobre el budismo, en colaboración con Alicia Jurado, y, en fin, no dejó de pensar en el budismo, aunque no sé si le influyó realmente la compasión budista (karuna) o la atracción de la Nada.
 
Tiendo a pensar que la falta de substancia y la disipación final fueron el eje gravitatorio de su pensamiento y también de su existencia. Sin embargo, y esto es lo que más nos importa, nos dejó algunos cuentos, ensayos y poemas de gran originalidad: un extremo del mundo, bien dicho y exacto en su intangibilidad.

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